13 de febrero de 2013

Buenas prácticas: ¿una denominación inadecuada?

La  identificación de los factores que determinan el desarrollo regional o local es un tema de debate en la teoría económica. Ese debate, del que participaron y participan destacados investigadores ha permitido identificar diversos factores determinantes del desarrollo y construir más de una docena de teorías al respecto. No han logrado acordar, sin embargo, acerca de un conjunto universal de principios, normas o procedimientos estándar que se puedan aplicar cualquiera sean las condiciones de contexto. 


Se ha señalado que, en términos generales, el desarrollo económico es asimilable a un rompecabezas que debe ser armado a la medida de la situación económica y política de cada país (eliminando restricciones locales que son, en general, diferentes en cada territorio). Desde esta perspectiva la copia directa - o el rechazo de políticas - sin la plena comprensión del contexto que les permitió tener éxito - o a no tenerlo - es una receta que puede conducir fácilmente a un fracaso. Sólo cuando se ha comprendido el contexto, se podrán implementar las variantes de la política original que sean útiles para producir los efectos deseados (Rodrik, 2008).

El camino para una transferencia exitosa estaría dado, acorde a la afirmación anterior,  por la adecuación de los aprendizajes al contexto al que se los desea transferir. Esa adecuación presentaría dificultades ya que “no hay reglas suficientemente poderosas en la vida de los países y las sociedades que garanticen que una determinada acción producirá siempre el mismo efecto” (Pipitone, 1995). En el mismo sentido se expresa la vicepresidencia del Banco Mundial al analizar la experiencia de la década de reformas del 90 y señalar que “se ha aprendido que no existe un conjunto único y universal de reglas” por lo que “tenemos que abandonar las fórmulas y la búsqueda de un conjunto único de elusivas mejores prácticas” (Banco Mundial, 2005). A una conclusión semejante ha arribado un estudio del mismo Banco y de la OIT, que al comparar un aspecto particular del desarrollo -  las políticas en materia de formación laboral en 18 países y territorios - llega a la conclusión que no existen de manera neta mejores prácticas susceptibles de universalización sino que “las políticas que de manera equitativa y eficiente armonizan la oferta y las demandas del mercado de trabajo son específicas a cada país” (Gill, Fluitman y Dar, 2000). 

Pese a dificultades como las expuestas, el interés por identificar prácticas exitosas sigue conduciendo en muchas ocasiones a establecer reglas acerca de lo que se considera una buena práctica. A título de ejemplo el Comité del Hábitat Español definió, en 2012, resultados a satisfacer por un programa habitacional a fin de ser considerado como Buena Práctica (impacto, participación institucional, sostenibilidad, liderazgo y fortalecimiento de la comunidad, igualdad de género e inclusión, innovación y transferencia). Dicho caso tiene en común con otros similares que han intentado reproducir, en intervenciones sociales, mecanismos utilizados en sectores de la producción (buenas prácticas agrícolas, buenas prácticas de manufactura) o de la salud (buenas prácticas clínicas, buenas prácticas de laboratorio). Provienen, en consecuencia, de una visión mecanicista de la realidad que no se condice con un mundo que respondería a una visión más acorde con la de los sistemas que analiza la teoría del caos, en los que la predicción a largo plazo es mucho más complicada. 

El problema es particularmente agudo cuando las “mejores prácticas” se obtienen del análisis de programas piloto que, como su nombre lo sugiere, trabajan con una muestra reducida de la población objetivo de una experiencia de desarrollo. Lo que se suele proponer, si la experiencia piloto es exitosa, es una expansión en la escala de la misma (llevándolas, inclusive, a transformarlas en política pública).

Esas propuestas tienen en común el hecho de dejar de lado el conocimiento generado al analizar las limitaciones de modelos que, en distintas áreas de conocimiento, demuestran ser  válidos en una dada escala y pierden su capacidad predictiva en el marco de otra escala. Las consecuencias de los cambios de escala no están incorporadas al acervo de conocimientos populares que no toman en cuenta las restricciones que se generan por cambios de escala. A título de ejemplo de la vigencia de esos paradigmas se señalará que el mismo sustenta implícitamente la descripción que realiza Jonathan Swift en “Los viajes de Gulliver” (en el que plantea la existencia de seres gigantescos idénticos a los humanos). Se trata de un hecho inviable tal como se lo presenta en el relato (debería estar asociado a un importante cambio en los materiales de los huesos recurriendo a algunos que quizás, todavía no se han inventado o a un cambio en las secciones de dichos huesos de una envergadura tal que los haría significativamente diferentes a los seres humanos)[1]. Sin esos cambios el gigante se desmoronaría. La misma situación se presenta en la biología, desde la que se ha alertado que un insecto que “funciona bien” siendo pequeño se asfixia si se lo cambia de escala aumentando su tamaño. En el caso de las redes sociales el problema de la escala se manifiesta, entre otros, por la existencia de un límite práctico a la cantidad de relaciones que un dado actor puede establecer con un conjunto muy grande de otros actores  (este hecho ha conducido a definir un indicador, la densidad de red, como la proporción de relaciones existentes en relación a las relaciones posibles). Ejemplos similares existen en otras áreas del conocimiento (Mitnik, Magnano, 2012)[2]


La consecuencia de lo expuesto es que las descripciones de procesos o parámetros que han sido obtenidos para pequeñas escalas no necesariamente siguen siendo válidas para escalas mayores. El problema de que existen actividades que funcionan bien a una determinada escala y funcionan mal a una escala mayor es descripto por la sabiduría popular mediante la frase “morir de éxito” (un sitio web capaz de atender mil visitas diarias pero que, al resultar exitoso, es muy visitado y requiere un cambio radical para atender los requerimientos que se le formula, sería un buen ejemplo de “muerte por éxito”). La transferencia de la metodología en otra escala requerirá, necesariamente, de significativos ajustes.


Lo expuesto sugiere que no sería adecuado el uso del término “mejores prácticas” en el sentido de aquellas que se pueden recomendar como soluciones a ser adoptadas en cualquier contexto. Sugiere además que, para evitar errores, no se debería utilizar el término “mejor” sino el más modesto y adecuado de “buenas prácticas” o “`casos de éxito”. Se alentaría, en consecuencia – en los programas de desarrollo territorial - la realización de nuevas experiencias y no la copia de aquello que fue considerado como de razonable impacto en un contexto determinado.
Fuente:
Ing. Félix Mitnik (Argentina)
Profesor Máster en Desarrollo Emprendedor e Innovación  | UNIVERSIDAD DE SALAMANCA (España)
do
inGlobal™ | Comunidad Global de Experiencias de Aprendizaje


[1] El peso se incrementa con el cambio de volumen según una función cúbica, mientras que el incremento de la sección de los huesos que soportan a Gulliver responde a una función cuadrática. El cociente del peso sobre la sección aumentaría a medida que una persona crece hasta convertirse en gigante y el hipotético gigante colapsa por rotura del hueso (el peso aumenta tres veces mientras la sección lo hace sólo dos veces). Lo expuesto presupone que no se cambia de material al producir el cambio de tamaño.
[2] Desde la hidrología, a su vez, el ejemplo típico de los problemas que origina el escalamiento es el cambio de la importancia relativa de los flujos superficial y en canal con el tamaño de una cuenca (lo que complica el trabajo de los hidrólogos que construyen modelos a escala). En el caso de la mecánica clásica el problema del escalamiento se manifiesta por la pérdida de capacidad descriptiva del modelo newtoniano si la velocidad de los cuerpos es mucho mayor que las de los artefactos terrestres. El incremento de la velocidad, que a estos efectos es un cambio de escala, obliga a utilizar la mecánica relativista de Einstein para realizar predicciones certeras. En telecomunicaciones y en ingeniería informática los problemas de escala han conducido a que se defina la “escalabilidad” como la propiedad deseable de un sistema, una red o un proceso para manejar su crecimiento continuo de manera fluida.

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